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Extiende tu cortina del cielo y explora las maravillas de la poesía

Donde no regresan los nombres

M e amaste en la lengua de los suspiros, con palabras que no buscaban promesas, solo el instante puro, el temblor secreto de dos almas que se rozan en la penumbra. No dejaste huellas, pero yo aún sangro memorias. Tu voz, cálida, lejana es un eco que regresa cuando el mundo calla, cuando la noche es más poema que sombra. Te llevaste el fuego y me dejaste la ceniza, una ausencia que no hiere, pero arde. Y sin embargo te recuerdo con ternura, como se recuerda el perfume de un sueño al despertar. No intento que vuelvas, ni que leas estas palabras y regreses al punto exacto donde tu silencio comenzó. Solo escribo porque amarte fue una forma de conocerme, y perderte, una forma de escribir. Autor Ruby Cantos F. Imagen propia
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Zapatos que no pedí

S oñé con un paso incompleto, con un pie descalzo, y el otro calzado como si buscara lo que aún no había llegado. En la esquina de un día cualquiera, apareciste sin rostro, pero con espalda firme y brazos que hablaban sin palabras, como si ya supieras lo que mi alma callaba. No dijiste mucho. Solo entraste a ese comisariato de sueños, y saliste con tres pares: uno para ti, uno para mí, y otro tan pequeño como la esperanza que empieza. “Póntelos”, dijiste, y mi corazón se ajustó como la suela nueva a mi paso incierto. No tuve que pedirlo, no tuve que explicar nada tú ya lo sabías todo. Y yo yo solo sonreí, feliz de que, por una vez, alguien pensara en mí antes de que pudiera decir que lo necesitaba. Autor Ruby Cantos Farías Imagen propia

Aunque nunca fuiste raíz

F ui quedándome, como la brisa en la ventana cerrada. Fui nombrándote  en voz baja para que no doliera tanto cuando no respondías. Y es que a veces el amor no pide permiso, sólo se instala, aunque la casa esté llena de fantasmas que no llevan tu nombre pero sí tu memoria. Tú a ratos presente, a ratos tan lejos guardabas cosas que no eran mías en rincones donde yo intentaba florecer. Yo no pedía promesas, pero soñaba con un sí. No por vanidad de anillos ni por vestidos blancos, sino por sentirme elegida cuando no había nadie mirando. A veces encontraba en tus ojos una sombra que no era mía. Y entendí, sin que me dijeras, que había lugares de ti donde nunca fui invitada. Aun así, me quedé, no por ti, sino por la fe antigua de quien ama y no sabe irse sin vaciar el alma primero. Y hoy, aunque me cueste, empiezo a soltar ese nosotros que nunca fue completo. Porque tú fuiste viento. Y yo tonta quise hacerte raíz. Autor  Ruby Cantos Farías Imagen propia

El sonido que salvó la rosa de Damasco

E En el jardín de mi alma, una Rosa de Damasco yacía marchita, su perfume desvaneciéndose. La sequía de la esperanza había secado sus pétalos, y yo, sin fuerzas, pensé en dejarla morir.   Pero entonces, madre, recordé el sonido de tu risa, una melodía danzando en el aire, un eco de vida en medio del silencio.   Ese sonido, tan claro y puro, es como el aliento de una economía emergente: necesita cuidado, impulso y fe para florecer en tierra firme.   Cuando la estación es propicia, las rosas se abren y embellecen el mundo, así como tu risa, madre, es la inversión que llena mi corazón de amor.   Hoy la Rosa de Damasco vuelve a florecer, sus raíces firmes, sus pétalos vivos. Y mi alma, que estuvo seca y perdida, se llena otra vez de esperanza y luz.   El sonido de tu risa me dio vida, madre, y ahora puedo vivir… gracias a ti.    

Ayes de la voz silenciosa

P rofundamente, un sueño me selló,  envuelta en un manto sin esplendor,  una mano al señor sol intentaba sujetar;  retumbó una voz, me sacudió del lecho, vino el resplandor,  una voz incomparable, un trueno que hizo temblar.   Voz que me estremeció, que me alzó: ¡vuelve a mí!  “¿Dónde estás?”, clamaste, “¡Sol, cae sobre la tierra!”  Y cayó, se desplomó el gran señor sol;  me alcé, buscando el rostro de quien me llamó.   Abatida y fatigada, el frío quebró mis huesos,  la ausencia de tu voz me desmoronó.  Se escuchó un pueblo silenciado,  y no era tu voz, sino un clamor,  una mano me jaló, y en el espejo vi mi reflejo;  ¡Espanto, no!, por favor, ¡espanto no!,  la calavera sin amor, en el espejo se mostró.   Cansada de tu ausencia, busqué el fin en mi lecho,  ¡No pude!  manantiales de sacrificios brotaban de mi pecho.  Tu voz, tan lejana, ordenó al sol, y en su ira,...

Ese fue tu encanto

¿Quién sería aquel que no enamore y se enamore con una mirada? En nuestros ojos están continuamente la llamada a las emociones, en él, el portal del amor y el encanto.   ¿no son las manos? ¡Ay, el amor entra por la vista! pude emprender el viaje a mi futuro, solo viendo tus pupilas, ¡calla corazón! es inevitable continuar con este amor solo de vista.   Emprenderé otro viaje que me lleve al toque su piel, pero ¿qué haré si su piel no es compatible con la mía? al menos sabré que nuestras miradas nunca se equivocaron al conocernos, ¡Ay! ¡vaya! ¡qué picardía la mía!   Se adormece el recuerdo de tu mirada brillante y penetrante, traspasando tiempo y espacio; en ese espacio donde el corazón se entumece y solo medita, gritando con el alma y cuestionando ¡este zafiro pudo haber sido! ¿¡el amor de toda mi vida!? Autor: Ruby Cantos Arte de Nicoletta Tomas Caravia